Por: Mg. Teresa Chara de los Rios
Las mujeres como mi madre y abuela, crecieron con la idea que la meta de una mujer, era casarse con un “buen partido” (no se referían a ningún partido político), un hombre que tuviera una buena posición económica (o sea una abultada billetera) y si era de “noble apellido” (¿?), mucho mejor.
La idea más terrible que se podía cruzar por la mente de una mujer, en esos tiempos, era quedarse solterona, o sea a “vestir santos”. Un hombre maduro y soltero no sólo era el más codiciado del barrio, sino además, si la hacía larga para casarse, despertaba ciertas sospechas, como decían en aquella época…“solterón maduro…”
Las abuelas de aquella época se encargaban de enseñar a sus señoritas nietas los secretos mejor guardados de cocina. A los hombres “se les conquista por el estómago” decían las rollizas abuelas. Y es así, que cuando recibían en casa a los posibles candidatos, las abuelas, se encargaban de brindarles una taza de té, café y unos deliciosos bocadillos, tanto así, que con el tiempo, ellas empezaban a sospechar si el candidato venía por la damisela o por comer los suculentos bocadillos.
Bien, el matrimonio para las mujeres de aquella época, era una forma elegante de salir de casa, de la opresión de los padres; se sentían liberadas, aún cuando lo que les esperaba dentro del matrimonio, era algo mucho más duro. A las mujeres las preparaban para ser buenas amas de casa, tenían que saber cocinar, bordar, tejer y otras labores más. Mientras más cosas sabían hacer, eran mejores candidatas para el matrimonio.
Cuando se acercaba la fecha del matrimonio, los consejos de las abuelas no se dejaban esperar. Mi abuela por ejemplo le decía a mi mamá: “Hijita para tener feliz a tu marido, cuando llegue cansado de trabajar, recíbelo con una amplia sonrisa, abrázalo y dale un beso, no te quejes, no importa que tú hayas tenido un día negro, que tus hijos se hayan enfermado, que te hayas quemado la mano en la cocina, que tengas una ruma de ropa para lavar y planchar. Sigue sonriendo, le quitas los zapatos y le pones las pantuflas, alcánzale el periódico para que vaya leyendo, mientras espera que tú calientes y sirvas la cena”.
Mi abuela seguía aconsejando a mi madre: “Mientras él cena, no hagas preguntas indiscretas ni impertinentes, déjalo comer tranquilo y si de él nace comentarte algunas cosas, escúchalo con atención. No te olvides de hacer dormir temprano a los hijos, porque después él te pedirá ir a la cama y tú como buena esposa, tendrás que darle gusto en todo, aún cuando algunas prácticas te parezcan poco decentes, porque recuerda hijita que “lo que la mujer no lo da en casa, el hombre lo busca en la calle”.
Mi abuela se sentía importante cuando aconsejaba a mi madre y emocionada continuaba: “Recuerda que una buena esposa siempre tiene que satisfacer a su esposo. No importa si tú no sientes deseos o estás muy cansada. En este campo, “nunca dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”. Trata de complacerlo y hazle creer que lo disfrutaste mucho, demuéstralo con suaves gemidos, no grites, no hay necesidad de que el barrio se entere”.
Así como mi madre, muchas mujeres de antaño, tuvieron que actuar frente a sus maridos, a reprimir sus verdaderos sentimientos, a guardar sus opiniones, a sacrificar sus emociones y aspiraciones, a fingir placer sexual cuando verdaderamente no lo sentían.
Me alegro mucho de vivir en esta época actual, donde las mujeres estudiamos, trabajamos y tenemos ingresos económicos (uno de los factores liberadores), decidimos si nos casamos o no, sin importarnos que nos digan solteronas. Tenemos más respeto por nosotras mismas y nos valoramos más. Podemos hablar abiertamente con nuestras parejas, opinar, ser escuchadas. Y por último, podemos decir no, cuando no queremos tener sexo, porque hemos comprendido que eso “si puede esperar para mañana” para no tener que fingir hoy.
Las mujeres como mi madre y abuela, crecieron con la idea que la meta de una mujer, era casarse con un “buen partido” (no se referían a ningún partido político), un hombre que tuviera una buena posición económica (o sea una abultada billetera) y si era de “noble apellido” (¿?), mucho mejor.
La idea más terrible que se podía cruzar por la mente de una mujer, en esos tiempos, era quedarse solterona, o sea a “vestir santos”. Un hombre maduro y soltero no sólo era el más codiciado del barrio, sino además, si la hacía larga para casarse, despertaba ciertas sospechas, como decían en aquella época…“solterón maduro…”
Las abuelas de aquella época se encargaban de enseñar a sus señoritas nietas los secretos mejor guardados de cocina. A los hombres “se les conquista por el estómago” decían las rollizas abuelas. Y es así, que cuando recibían en casa a los posibles candidatos, las abuelas, se encargaban de brindarles una taza de té, café y unos deliciosos bocadillos, tanto así, que con el tiempo, ellas empezaban a sospechar si el candidato venía por la damisela o por comer los suculentos bocadillos.
Bien, el matrimonio para las mujeres de aquella época, era una forma elegante de salir de casa, de la opresión de los padres; se sentían liberadas, aún cuando lo que les esperaba dentro del matrimonio, era algo mucho más duro. A las mujeres las preparaban para ser buenas amas de casa, tenían que saber cocinar, bordar, tejer y otras labores más. Mientras más cosas sabían hacer, eran mejores candidatas para el matrimonio.
Cuando se acercaba la fecha del matrimonio, los consejos de las abuelas no se dejaban esperar. Mi abuela por ejemplo le decía a mi mamá: “Hijita para tener feliz a tu marido, cuando llegue cansado de trabajar, recíbelo con una amplia sonrisa, abrázalo y dale un beso, no te quejes, no importa que tú hayas tenido un día negro, que tus hijos se hayan enfermado, que te hayas quemado la mano en la cocina, que tengas una ruma de ropa para lavar y planchar. Sigue sonriendo, le quitas los zapatos y le pones las pantuflas, alcánzale el periódico para que vaya leyendo, mientras espera que tú calientes y sirvas la cena”.
Mi abuela seguía aconsejando a mi madre: “Mientras él cena, no hagas preguntas indiscretas ni impertinentes, déjalo comer tranquilo y si de él nace comentarte algunas cosas, escúchalo con atención. No te olvides de hacer dormir temprano a los hijos, porque después él te pedirá ir a la cama y tú como buena esposa, tendrás que darle gusto en todo, aún cuando algunas prácticas te parezcan poco decentes, porque recuerda hijita que “lo que la mujer no lo da en casa, el hombre lo busca en la calle”.
Mi abuela se sentía importante cuando aconsejaba a mi madre y emocionada continuaba: “Recuerda que una buena esposa siempre tiene que satisfacer a su esposo. No importa si tú no sientes deseos o estás muy cansada. En este campo, “nunca dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”. Trata de complacerlo y hazle creer que lo disfrutaste mucho, demuéstralo con suaves gemidos, no grites, no hay necesidad de que el barrio se entere”.
Así como mi madre, muchas mujeres de antaño, tuvieron que actuar frente a sus maridos, a reprimir sus verdaderos sentimientos, a guardar sus opiniones, a sacrificar sus emociones y aspiraciones, a fingir placer sexual cuando verdaderamente no lo sentían.
Me alegro mucho de vivir en esta época actual, donde las mujeres estudiamos, trabajamos y tenemos ingresos económicos (uno de los factores liberadores), decidimos si nos casamos o no, sin importarnos que nos digan solteronas. Tenemos más respeto por nosotras mismas y nos valoramos más. Podemos hablar abiertamente con nuestras parejas, opinar, ser escuchadas. Y por último, podemos decir no, cuando no queremos tener sexo, porque hemos comprendido que eso “si puede esperar para mañana” para no tener que fingir hoy.