Recientemente tuve la oportunidad de viajar en Ryanair, la línea aérea de bajo costo más exitosa. Lo primero que uno lee al subir a uno de sus aviones es que ya se ha convertido en la línea aérea que tiene más vuelos internacionales en el mundo. Sin duda, la principal razón para este súbito éxito son los precios bajos, bajísimos, que ofrece.
No es difícil encontrar pasajes que bordean los 40 o 50 euros, ida y vuelta, para vuelos que duran entre una y dos horas dentro del continente europeo. ¿Cómo hacen para cobrar, en promedio, menos de un tercio que las líneas aéreas tradicionales?
A pesar de que su estrategia de bajo costo está sustentada en varios pilares, probablemente el más importante es mantener sus aviones, el principal costo de una línea aérea, volando más tiempo que los demás. Es decir, le sacan el jugo a su principal activo. Vuelan la mayoría de veces a aeropuertos secundarios, lo cual les evita las congestiones y pérdidas de tiempo que suelen ocurrir en los grandes aeropuertos. Minimizan los servicios en tierra castigando a aquellos pasajeros que no han realizado su chequeo por Internet.
Si un pasajero se presenta en el aeropuerto sin tarjeta de embarque, antes de atenderlo lo obligan a hacer una larga y tediosa cola para pagar una multa de 3 euros, y para que no se vuelva a repetir, no lo dejan embarcar hasta que todos los pasajeros chequeados por Internet suban al avión. Otra de sus estrategias principales para lograr que sus aviones no se queden en tierra más de 30 minutos es evitar la asignación de asientos. De esta manera, cuando se anuncia el embarque, los pasajeros inician una veloz carrera hacia el avión con la finalidad de conseguir las mejores ubicaciones y, en menos de 5 minutos, están todos listos para despegar.
Si a todo esto se añade que no dan ni una bolsita de maní, cobran 5 euros por una gaseosa y asignan solo dos personas para el servicio a bordo, uno se comienza a explicar lo de los bajos precios. Pero como me comentó un pasajero, es mucho más rápido que viajar en tren o en ómnibus.
No es difícil encontrar pasajes que bordean los 40 o 50 euros, ida y vuelta, para vuelos que duran entre una y dos horas dentro del continente europeo. ¿Cómo hacen para cobrar, en promedio, menos de un tercio que las líneas aéreas tradicionales?
A pesar de que su estrategia de bajo costo está sustentada en varios pilares, probablemente el más importante es mantener sus aviones, el principal costo de una línea aérea, volando más tiempo que los demás. Es decir, le sacan el jugo a su principal activo. Vuelan la mayoría de veces a aeropuertos secundarios, lo cual les evita las congestiones y pérdidas de tiempo que suelen ocurrir en los grandes aeropuertos. Minimizan los servicios en tierra castigando a aquellos pasajeros que no han realizado su chequeo por Internet.
Si un pasajero se presenta en el aeropuerto sin tarjeta de embarque, antes de atenderlo lo obligan a hacer una larga y tediosa cola para pagar una multa de 3 euros, y para que no se vuelva a repetir, no lo dejan embarcar hasta que todos los pasajeros chequeados por Internet suban al avión. Otra de sus estrategias principales para lograr que sus aviones no se queden en tierra más de 30 minutos es evitar la asignación de asientos. De esta manera, cuando se anuncia el embarque, los pasajeros inician una veloz carrera hacia el avión con la finalidad de conseguir las mejores ubicaciones y, en menos de 5 minutos, están todos listos para despegar.
Si a todo esto se añade que no dan ni una bolsita de maní, cobran 5 euros por una gaseosa y asignan solo dos personas para el servicio a bordo, uno se comienza a explicar lo de los bajos precios. Pero como me comentó un pasajero, es mucho más rápido que viajar en tren o en ómnibus.
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