Daniel Kianman, limeño hijo de piuranos, estaba enamorado de Susana Benítez, una chica piurana para quien no había mejor cita que salir a comer. Sí, a un restaurante piurano. Las opciones en Lima eran pocas, Daniel siempre había cocinado y por eso, luego de quedar sin empleo, decidió usar el dinero de su liquidación para abrir un negocio. Sí, un restaurante piurano. Un par de años después, ellos se casaron. Así pasaron casi 8 años juntos en un pequeño local de Miraflores, entre cebiches de mero, tamalitos verdes y platos de seco de chavelo.
Cuando su restaurante Los Piuranos se volvió más popular, Daniel recuerda que un domingo cualquiera la última persona en la fila entraba recién a almorzar a las cinco de la tarde. Sentía que la ampliación del local era urgente, pero la decisión final se retrasaba. “Esto ya creció y no puede seguir así”, pensó Susana, cuando eran ya los amigos quienes se sentían incómodos y notaban los problemas del servicio. Querían ampliar el local, construir un segundo piso, pero el dueño no aceptó. Entonces la opción fue mudarse y el primero de los miedos a vencer fue saber si los clientes los seguirían donde fueran. Encontraron en Lince un edificio de dos pisos con capacidad para 30 mesas, y a pesar de que no estaba ubicado en una avenida principal, estuvo lleno desde el día de la inauguración: el 14 de febrero del año pasado. Amor y sazón se volvían a juntar, como al inicio.
Pero pocos meses después tuvieron que vencer otro temor: abrir un segundo local. Un espacio en la cuadra ocho de Chinchón, en la zona financiera de San Isidro. Una calle en la que reina el menú ejecutivo y donde parecía no haber espacio para una propuesta de comida regional a la carta. Pero funcionó.
Este nuevo local les trajo otro público y nuevos retos. Con clientes que tienen menos de una hora para almorzar aumentó la presión en la cocina para que los platos salieran con mayor rapidez. Los hermanos de Susana se involucraron en la administración, para que Daniel siguiera tan pendiente de la atención en las mesas, yendo durante el mismo día de un local a otro.
A San Isidro llegaron de pronto propuestas de las áreas de recursos humanos de las empresas vecinas para acordar descuentos en almuerzos para sus empleados y más de un pedido para trasladar la comida a sus oficinas cuando había alguna celebración o agasajo. Esto último hizo posible que Susana y Daniel se dieran cuenta de que tenían todo organizado para ampliar el servicio del restaurante a un catering. Y así fue. Hoy atienden fiestas privadas, abren las ollas en ferias gastronómicas y tienen una cuenta en Facebook.
Quizá con otros dos locales propios en Lima, ya Daniel Kianman pueda ofrecer la franquicia de Los Piuranos. Dice que nunca falta quien les diga para abrir aquí o en el interior del país, pero ha preferido ser precavido y tener el máximo orden para que sea un negocio serio. “Queremos gente que no solo meta dinero, sino que se meta en esto como nosotros”, exclama.
Cuando su restaurante Los Piuranos se volvió más popular, Daniel recuerda que un domingo cualquiera la última persona en la fila entraba recién a almorzar a las cinco de la tarde. Sentía que la ampliación del local era urgente, pero la decisión final se retrasaba. “Esto ya creció y no puede seguir así”, pensó Susana, cuando eran ya los amigos quienes se sentían incómodos y notaban los problemas del servicio. Querían ampliar el local, construir un segundo piso, pero el dueño no aceptó. Entonces la opción fue mudarse y el primero de los miedos a vencer fue saber si los clientes los seguirían donde fueran. Encontraron en Lince un edificio de dos pisos con capacidad para 30 mesas, y a pesar de que no estaba ubicado en una avenida principal, estuvo lleno desde el día de la inauguración: el 14 de febrero del año pasado. Amor y sazón se volvían a juntar, como al inicio.
Pero pocos meses después tuvieron que vencer otro temor: abrir un segundo local. Un espacio en la cuadra ocho de Chinchón, en la zona financiera de San Isidro. Una calle en la que reina el menú ejecutivo y donde parecía no haber espacio para una propuesta de comida regional a la carta. Pero funcionó.
Este nuevo local les trajo otro público y nuevos retos. Con clientes que tienen menos de una hora para almorzar aumentó la presión en la cocina para que los platos salieran con mayor rapidez. Los hermanos de Susana se involucraron en la administración, para que Daniel siguiera tan pendiente de la atención en las mesas, yendo durante el mismo día de un local a otro.
A San Isidro llegaron de pronto propuestas de las áreas de recursos humanos de las empresas vecinas para acordar descuentos en almuerzos para sus empleados y más de un pedido para trasladar la comida a sus oficinas cuando había alguna celebración o agasajo. Esto último hizo posible que Susana y Daniel se dieran cuenta de que tenían todo organizado para ampliar el servicio del restaurante a un catering. Y así fue. Hoy atienden fiestas privadas, abren las ollas en ferias gastronómicas y tienen una cuenta en Facebook.
Quizá con otros dos locales propios en Lima, ya Daniel Kianman pueda ofrecer la franquicia de Los Piuranos. Dice que nunca falta quien les diga para abrir aquí o en el interior del país, pero ha preferido ser precavido y tener el máximo orden para que sea un negocio serio. “Queremos gente que no solo meta dinero, sino que se meta en esto como nosotros”, exclama.
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restaurantes
esta historia está muy interesante .......
ResponderBorrarhay mucha motivación
ResponderBorrarEs el resultado de la perseverancia y el gran amor a lo que se dedicabam...saludos
ResponderBorrarGRUPO DAZU SAC