En los primeros días de este mes, se produjo un hecho importante en materia de las relaciones con los organismos financieros internacionales: el Perú decidió no renovar un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Lamentablemente, no se le dio la relevancia debida, razón por la cual ahora lo recordamos.
La decisión no fue adoptada por rebeldía o populismo, como en el primer gobierno de Alan García (cuando la entidad crediticia fue culpada, injustamente, de todas las calamidades que ocurrían aquí), sino porque se considera que el referido acuerdo ya no es necesario, dada la fortaleza de la economía, como lo reconoce la propia entidad, que habla de la "formidable" posición con la cual nuestro país encara la crisis internacional, la misma que tendrá, a su entender un impacto sólo moderado en su crecimiento.
Así, luego de entre 10 y 15 años de acuerdos, que no fueron empleados por el Perú para tomar créditos, sino únicamente para dar una señal de seriedad a los mercados, se llega a una nueva etapa en nuestras relaciones con la entidad multilateral. Como bien señaló un analista, con esta decisión nuestro país "se gradúa" en materia financiera (con una innegable buena nota), al dejar de necesitar un constante apoyo de contingencia, y situarse en capacidad de emprender un recorrido bastante más autónomo, confiado en la seriedad de su propio manejo. El aval que antes nos otorgaba el FMI ahora nos lo darán logros tales como el Grado de Inversión, que son mucho mejor considerados por el mercado, al corresponder a países mucho más maduros en términos económicos y financieros.
Una buena señal, sin duda, que nos muestra en un nivel cualitativamente superior. Es paradójico que ello ocurra con el mismo presidente que hace dos décadas, con su nefasta política económica y su absurdo enfrentamiento con el FMI, nos puso en la terrible condición de país inelegible para los créditos. En su caso, felizmente, las cosas cambiaron para bien. Y eso hay que reconocerlo.
La decisión no fue adoptada por rebeldía o populismo, como en el primer gobierno de Alan García (cuando la entidad crediticia fue culpada, injustamente, de todas las calamidades que ocurrían aquí), sino porque se considera que el referido acuerdo ya no es necesario, dada la fortaleza de la economía, como lo reconoce la propia entidad, que habla de la "formidable" posición con la cual nuestro país encara la crisis internacional, la misma que tendrá, a su entender un impacto sólo moderado en su crecimiento.
Así, luego de entre 10 y 15 años de acuerdos, que no fueron empleados por el Perú para tomar créditos, sino únicamente para dar una señal de seriedad a los mercados, se llega a una nueva etapa en nuestras relaciones con la entidad multilateral. Como bien señaló un analista, con esta decisión nuestro país "se gradúa" en materia financiera (con una innegable buena nota), al dejar de necesitar un constante apoyo de contingencia, y situarse en capacidad de emprender un recorrido bastante más autónomo, confiado en la seriedad de su propio manejo. El aval que antes nos otorgaba el FMI ahora nos lo darán logros tales como el Grado de Inversión, que son mucho mejor considerados por el mercado, al corresponder a países mucho más maduros en términos económicos y financieros.
El García de los 80 se enfrentó al FMI. El actual mantiene buenas relaciones.
Una buena señal, sin duda, que nos muestra en un nivel cualitativamente superior. Es paradójico que ello ocurra con el mismo presidente que hace dos décadas, con su nefasta política económica y su absurdo enfrentamiento con el FMI, nos puso en la terrible condición de país inelegible para los créditos. En su caso, felizmente, las cosas cambiaron para bien. Y eso hay que reconocerlo.