Gaby se llama Nancy. Tenía 17 cuando su situación económica la obligó a buscar trabajo. Un salón de belleza necesitaba una asistenta. La tomaron, pero había una cosa que no les cuadraba: su nombre. Se lo cambiaron. Hoy, no hay quien no la llame Gaby. Así también bautizó sus tortas. Ya no peina a nadie. Lleva 30 años endulzándonos la vida.
¿Es cierto que cuando comenzó trabajaba 22 horas diarias?
Y más, ¡qué te crees! Cuando comencé --y lo hice con otro nombre--, trabajé como dices: 22, 23 horas; pero después, cuando ya comencé a trabajar con mi marca, ¡fue peor! Tenía que posicionar mi nombre. ¡Qué difícil es! Arrancaba el viernes y no paraba hasta la madrugada del domingo. Recién entonces le dejaba la llave del local a las chicas y me iba a dormir. ¿Sabes qué? A mí no me pueden hablar de cansancio, ¡qué me van a hablar de eso a mí!
Más aun cuando usted se tomó sus primeras vacaciones recién después de 14 años de trabajo.
Sí, y me fui un mes a mi tierra. Hacía 14 años que no iba.
Lo que pocos saben es que usted llegó al mundo de las tortas por casualidad, pues su negocio original fue el salón de belleza que abrió en el primer piso de su casa.
Las cosas se fueron dando. A mí siempre me encantó la pastelería, pero yo hacía como cualquier señora --allá, en el Uruguay, las mujeres somos muy de hacer las cosas en casa, pasarnos la receta--, y yo les pasaba la receta a mis clientas...
Se refiere a las clientas de su salón de belleza. Sé que ellas decían que su casa olía muy rico.
Sí (ríe). Yo alquilé una casa y, en la planta baja, puse un salón, pero ahí también estaba la cocina, y el olor se sentía. Las clientas me decían: ¿qué estás horneando, Gabriela? Una torta. ¡Convida, convida! A las clientas más íntimas empecé invitándoles un café con su porción de torta --cositas así--, pero cuando vi que la cosa iba en aumento, dije: ¡Esto tiene que ser un negocio!
Pero tampoco pensé en independizarlo, así que compré una vitrina y contraté a una chica: puse un par de tortas y unos sanguchitos fríos; las clientas comenzaron a pagar y como acá las mujeres son muy noveleras y muy flojas (ríe), me comenzaron a decir: Gabriela, tengo un tecito en casa, ¿me podés hacer unos alfajores? ¿Me podés hacer una torta para el cumpleaños de mi hija? Y yo soy una atrevida, una aventada, y como soy muy perfeccionista y me gustan los retos... Yo jamás digo: esto no lo puedo hacer... y me meto en cada lío (ríe)...
Usted es uruguaya, ¿cómo llegó al Perú?
Me casé con un peruano que estudiaba Medicina allá. Se recibió, pero no podía desarrollarse bien en su profesión, así que nos vinimos para acá; y acá me descasé.
Se separó. Tengo entendido que sola ha sacado adelante a sus hijos.
Así es. Después tuve otra relación --de la que nació mi última hija--, pero también me separé, y la verdad es que los padres de mis hijos jamás me han dado un centavo para su crianza.
Sus hijos debieron ser la catapulta que la levantaba cada mañana para seguir trabajando.
Claro, ¡eran mi responsabilidad!
El 77, cuando arrancó con sus tortas, ¿qué edades tenían sus hijos?
Los mayores, 8 y 9 años. Y ese año nació mi última nena.
Entonces también tenía el salón de belleza. ¿Cómo era su vida?
Todo el día trabajaba en el salón, y cuando lo cerraba subía a hacer las tortas. En esa época no eran tantas, pero llegó un momento en el que yo ya no tenía tiempo para descansar, y mi salud se quebrantó por el exceso de trabajo. ¡Era brutal! Llegué a pesar 42 kilos, imagínate. Tenía unos dolores de espalda terribles, ¡y todo porque no dormía!
Entonces decidió quedarse con uno de los dos negocios.
Tuve que escoger.
¿Qué tan difícil fue?
Muy difícil. Primero, porque lo otro era muy sólido. En mi salón de belleza yo tenía una gran clientela. Toda mi trayectoria la había dedicado a eso, y cerrarlo para vivir únicamente de esto (la pastelería) era un albur. Pero cuando decidí cerrar, ya tenía bastante desarrollado este otro negocio.
Pero, ¿por qué eligió esto? En lo otro ya tenía una gran clientela.
Porque tú evalúas. Yo no soy una persona que vive el momento, siempre miro para adelante. Qué pasa: al salón de belleza va la clienta y pregunta: ¿está Gabriela? No. Se va. Lo que a ella le interesa es atenderse contigo, es una cosa muy personal. Entonces, pensé: en algún momento yo ya no voy a poder seguir, ¿y qué va a pasar con mis hijos? En cambio, con esto, así sea yo viejecita, puedo enseñar, mirar, estar ahí ¡como 'un dedo'! (ríe)... Lo vi más factible.
Y comenzó a atender en el garaje de su casa.
Abrí ahí, pero no cerré el salón. Cuando ya hubo bastante clientela, recién lo cerré.
Hoy tiene dos locales, está a punto de levantar una planta, tiene más de 100 trabajadores. Han pasado 30 años, ¿imaginaba llegar a tener todo esto?
Jamás... y pese a que yo siempre me ando proyectando.
Dígame, esta es una empresa familiar. Sin embargo, en un principio sus hijos no querían saber nada con el negocio.
De repente porque estaban hartos. En las vacaciones, los chicos quieren ir ¡de aquí para allá! Y como yo no podía sacarlos a pasear, los hacía trabajar. Entonces, cuando crecieron, no querían saber nada de esto.
Pero ahora trabajan con usted. ¿Qué hizo?
Nada. Hace algunos años, alguien nos quiso comprar. Me quisieron dar un millón de dólares por la empresa, las recetas, el personal... Entonces los senté a los tres y les dije: ¡qué hacemos! A mí, esto me parece bárbaro porque puedo vender y poner otra cosa. ¡Porque yo siempre estoy llena de ideas!... Yo veía que la cosa crecía y crecía, que demandaba tanto esfuerzo de mi parte, ¡y que tenía que rodearme de gente de confianza! Y bueno, ellos decidieron. Los dos mayores me dijeron que sí.
¿Que sí qué?
Que se incorporaban a la empresa. El mayor tenía 23 y quería poner un gimnasio, la otra estaba estudiando Publicidad, así que dejó la universidad y se metió al IPAE e hizo toda la carrera de administración.
Junto con ella, que hoy es la gerenta administrativa de Tortas Gaby, incluso ha llevado cursos de gerencia.
Sí, porque cuando comienzas a crecer, te vas dando cuenta de que tienes carencias...
Hasta entonces, usted no había estudiado nada que tuviera que ver con administración.
Cuando los chicos aún no se habían incorporado, y yo comencé a ver que la demanda crecía, tomé un cursito de tres meses en IPAE, y te cuento qué pasó: era un cursito de administración de pequeños negocios, y me sirvió para confirmarme y darme seguridad, porque todo lo que yo aprendí ahí, ¡yo ya lo estaba haciendo!
En manejo de almacén, producción... planteaban hacer lo que yo exactamente hacía. Fue un espaldarazo. Aprendí que mi criterio era bueno.
Pese a ello, ¿cómo enfrenta hoy los choques generacionales con sus hijos?
Ellos me tienen mucho respeto. Aunque hace un tiempo que ya comencé la transición. Ahora los dejo que tomen las decisiones, a menos que estas impliquen montos que --tal como lo tenemos establecido-- requieran también de mi participación. Salvo en esos casos, las decisiones son de ellos, y si se equivocan: se equivocan. No importa. Así aprenden. Así también aprendí yo. Los golpes te hacen aprender más.
¿Cómo se llamaba su salón de belleza?
Gabriela.
Y también se lo puso a sus tortas.
Cuando estaba en pleno trámite de separación, le conté a mi abogado que le iba a poner Tortas Gaby a mi negocio. ¿Tú estás loca? Lo consultó con su esposa, me dijeron que no le pusiera ese nombre, que más bien lo llame: El Rinconcito Uruguayo (ríe)... ¡A mí me parecía tan huachafo el tema ese del rinconcito! No, dije: yo le pongo Tortas Gaby. Y mira, a partir de ahí empezaron a surgir Tortas Fulana, Tortas Mengana... ¡A partir de ahí!
O sea que valió la pena que a los 17, por un trabajo, le cambiaran el nombre.
Sí, porque imagínate: ¿Tortas Nancy?... Ahora todos me dicen Gabriela o Gaby. El único que se negó siempre a llamarme así --e incluso se enfurecía-- fue mi hermano. Él nunca me llamó Gabriela.
LA FICHA
Nombre: Nancy Raquel Syzard Ferrando.
Colegio: Hizo la primaria en la Escuela Yugoslavia y la secundaria, en el Liceo de El Cerro. Ambos en su natal Montevideo, en Uruguay.
Estudios: "No, porque desde muy jovencita comencé a trabajar en una peluquería".
Edad: 65 años.
Cargo: Fundadora y gerenta general de Tortas Gaby.
¿Es cierto que cuando comenzó trabajaba 22 horas diarias?
Y más, ¡qué te crees! Cuando comencé --y lo hice con otro nombre--, trabajé como dices: 22, 23 horas; pero después, cuando ya comencé a trabajar con mi marca, ¡fue peor! Tenía que posicionar mi nombre. ¡Qué difícil es! Arrancaba el viernes y no paraba hasta la madrugada del domingo. Recién entonces le dejaba la llave del local a las chicas y me iba a dormir. ¿Sabes qué? A mí no me pueden hablar de cansancio, ¡qué me van a hablar de eso a mí!
Más aun cuando usted se tomó sus primeras vacaciones recién después de 14 años de trabajo.
Sí, y me fui un mes a mi tierra. Hacía 14 años que no iba.
Lo que pocos saben es que usted llegó al mundo de las tortas por casualidad, pues su negocio original fue el salón de belleza que abrió en el primer piso de su casa.
Las cosas se fueron dando. A mí siempre me encantó la pastelería, pero yo hacía como cualquier señora --allá, en el Uruguay, las mujeres somos muy de hacer las cosas en casa, pasarnos la receta--, y yo les pasaba la receta a mis clientas...
Se refiere a las clientas de su salón de belleza. Sé que ellas decían que su casa olía muy rico.
Sí (ríe). Yo alquilé una casa y, en la planta baja, puse un salón, pero ahí también estaba la cocina, y el olor se sentía. Las clientas me decían: ¿qué estás horneando, Gabriela? Una torta. ¡Convida, convida! A las clientas más íntimas empecé invitándoles un café con su porción de torta --cositas así--, pero cuando vi que la cosa iba en aumento, dije: ¡Esto tiene que ser un negocio!
Pero tampoco pensé en independizarlo, así que compré una vitrina y contraté a una chica: puse un par de tortas y unos sanguchitos fríos; las clientas comenzaron a pagar y como acá las mujeres son muy noveleras y muy flojas (ríe), me comenzaron a decir: Gabriela, tengo un tecito en casa, ¿me podés hacer unos alfajores? ¿Me podés hacer una torta para el cumpleaños de mi hija? Y yo soy una atrevida, una aventada, y como soy muy perfeccionista y me gustan los retos... Yo jamás digo: esto no lo puedo hacer... y me meto en cada lío (ríe)...
Usted es uruguaya, ¿cómo llegó al Perú?
Me casé con un peruano que estudiaba Medicina allá. Se recibió, pero no podía desarrollarse bien en su profesión, así que nos vinimos para acá; y acá me descasé.
Se separó. Tengo entendido que sola ha sacado adelante a sus hijos.
Así es. Después tuve otra relación --de la que nació mi última hija--, pero también me separé, y la verdad es que los padres de mis hijos jamás me han dado un centavo para su crianza.
Sus hijos debieron ser la catapulta que la levantaba cada mañana para seguir trabajando.
Claro, ¡eran mi responsabilidad!
El 77, cuando arrancó con sus tortas, ¿qué edades tenían sus hijos?
Los mayores, 8 y 9 años. Y ese año nació mi última nena.
Entonces también tenía el salón de belleza. ¿Cómo era su vida?
Todo el día trabajaba en el salón, y cuando lo cerraba subía a hacer las tortas. En esa época no eran tantas, pero llegó un momento en el que yo ya no tenía tiempo para descansar, y mi salud se quebrantó por el exceso de trabajo. ¡Era brutal! Llegué a pesar 42 kilos, imagínate. Tenía unos dolores de espalda terribles, ¡y todo porque no dormía!
Entonces decidió quedarse con uno de los dos negocios.
Tuve que escoger.
¿Qué tan difícil fue?
Muy difícil. Primero, porque lo otro era muy sólido. En mi salón de belleza yo tenía una gran clientela. Toda mi trayectoria la había dedicado a eso, y cerrarlo para vivir únicamente de esto (la pastelería) era un albur. Pero cuando decidí cerrar, ya tenía bastante desarrollado este otro negocio.
Pero, ¿por qué eligió esto? En lo otro ya tenía una gran clientela.
Porque tú evalúas. Yo no soy una persona que vive el momento, siempre miro para adelante. Qué pasa: al salón de belleza va la clienta y pregunta: ¿está Gabriela? No. Se va. Lo que a ella le interesa es atenderse contigo, es una cosa muy personal. Entonces, pensé: en algún momento yo ya no voy a poder seguir, ¿y qué va a pasar con mis hijos? En cambio, con esto, así sea yo viejecita, puedo enseñar, mirar, estar ahí ¡como 'un dedo'! (ríe)... Lo vi más factible.
Y comenzó a atender en el garaje de su casa.
Abrí ahí, pero no cerré el salón. Cuando ya hubo bastante clientela, recién lo cerré.
Hoy tiene dos locales, está a punto de levantar una planta, tiene más de 100 trabajadores. Han pasado 30 años, ¿imaginaba llegar a tener todo esto?
Jamás... y pese a que yo siempre me ando proyectando.
Dígame, esta es una empresa familiar. Sin embargo, en un principio sus hijos no querían saber nada con el negocio.
De repente porque estaban hartos. En las vacaciones, los chicos quieren ir ¡de aquí para allá! Y como yo no podía sacarlos a pasear, los hacía trabajar. Entonces, cuando crecieron, no querían saber nada de esto.
Pero ahora trabajan con usted. ¿Qué hizo?
Nada. Hace algunos años, alguien nos quiso comprar. Me quisieron dar un millón de dólares por la empresa, las recetas, el personal... Entonces los senté a los tres y les dije: ¡qué hacemos! A mí, esto me parece bárbaro porque puedo vender y poner otra cosa. ¡Porque yo siempre estoy llena de ideas!... Yo veía que la cosa crecía y crecía, que demandaba tanto esfuerzo de mi parte, ¡y que tenía que rodearme de gente de confianza! Y bueno, ellos decidieron. Los dos mayores me dijeron que sí.
¿Que sí qué?
Que se incorporaban a la empresa. El mayor tenía 23 y quería poner un gimnasio, la otra estaba estudiando Publicidad, así que dejó la universidad y se metió al IPAE e hizo toda la carrera de administración.
Junto con ella, que hoy es la gerenta administrativa de Tortas Gaby, incluso ha llevado cursos de gerencia.
Sí, porque cuando comienzas a crecer, te vas dando cuenta de que tienes carencias...
Hasta entonces, usted no había estudiado nada que tuviera que ver con administración.
Cuando los chicos aún no se habían incorporado, y yo comencé a ver que la demanda crecía, tomé un cursito de tres meses en IPAE, y te cuento qué pasó: era un cursito de administración de pequeños negocios, y me sirvió para confirmarme y darme seguridad, porque todo lo que yo aprendí ahí, ¡yo ya lo estaba haciendo!
En manejo de almacén, producción... planteaban hacer lo que yo exactamente hacía. Fue un espaldarazo. Aprendí que mi criterio era bueno.
Pese a ello, ¿cómo enfrenta hoy los choques generacionales con sus hijos?
Ellos me tienen mucho respeto. Aunque hace un tiempo que ya comencé la transición. Ahora los dejo que tomen las decisiones, a menos que estas impliquen montos que --tal como lo tenemos establecido-- requieran también de mi participación. Salvo en esos casos, las decisiones son de ellos, y si se equivocan: se equivocan. No importa. Así aprenden. Así también aprendí yo. Los golpes te hacen aprender más.
¿Cómo se llamaba su salón de belleza?
Gabriela.
Y también se lo puso a sus tortas.
Cuando estaba en pleno trámite de separación, le conté a mi abogado que le iba a poner Tortas Gaby a mi negocio. ¿Tú estás loca? Lo consultó con su esposa, me dijeron que no le pusiera ese nombre, que más bien lo llame: El Rinconcito Uruguayo (ríe)... ¡A mí me parecía tan huachafo el tema ese del rinconcito! No, dije: yo le pongo Tortas Gaby. Y mira, a partir de ahí empezaron a surgir Tortas Fulana, Tortas Mengana... ¡A partir de ahí!
O sea que valió la pena que a los 17, por un trabajo, le cambiaran el nombre.
Sí, porque imagínate: ¿Tortas Nancy?... Ahora todos me dicen Gabriela o Gaby. El único que se negó siempre a llamarme así --e incluso se enfurecía-- fue mi hermano. Él nunca me llamó Gabriela.
LA FICHA
Nombre: Nancy Raquel Syzard Ferrando.
Colegio: Hizo la primaria en la Escuela Yugoslavia y la secundaria, en el Liceo de El Cerro. Ambos en su natal Montevideo, en Uruguay.
Estudios: "No, porque desde muy jovencita comencé a trabajar en una peluquería".
Edad: 65 años.
Cargo: Fundadora y gerenta general de Tortas Gaby.
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NANCY ERES EXTRAORDINARIA, COMO MADRE, COMO MUJER Y COMO EMPRESARIA,DISCULPA QUE TE TUTEE PERO CON TU RELATO, NOS DAS FUERZA A NOSOTRAS LAS MUJERES QUE TENEMOS SUEÑOS DE CONSEGUIR ALGO EN LA VIDA Y A VECES NOS QUEREMOS RENDIR CUANDO ENCONTRAMOS PIEDRAS EN EL CAMINO. TE FELICITO POR LO QUE ERES.
ResponderBorrarMI NOMBRE ES SUSANA OLMEDO Y SOY PERUANA
UN BESO DE MI PARTE Y OTRA VES FELICITACIONES. CHAUUUUU
ANÒNIMO:
ResponderBorrarHola, es increìble todo el esfuerzo ke ha hecho y vaya ke valiò la pena el esfuerzo he. Todo delicioso!!!! pero gracias al apoyo de los empleados, porke no creo ke ud. haga tantas tortas en un dìa. He escuhado ke ahì los trabajadores aveces son maltratados incluso si llegas tarde descuento si se te cae algo descuento todooooo.... x todo t descuentan ok es
bueno eso eso te enseña muchas cosassss pero
deberìa ponerse en el lugar de ellosss!!! ahhhhh!!!!! ni ke hablar de d los ke laborar en R.H El pata es un antipàtico jajaa y la ADMINISTRADORA es una loka estèrikaaaaa...... Ke pena por ellos espero ke lea este comentario asi como SU EMPRESA crese cada dìa porke sus empleados NO????
sus tortas son lo maximo eso ni que decirlos pero asi como dicen a los empleados se les deberia dar una buena motivacion no bajarles la moral con estas cosas de los descuentos claro q ya cuando agarras cancha como se dice nada de descuentos tienes lo digo xq trabaje ahi me sirvio de mucho estar ahi pero como digo el trato al empleado deberia ser mejor pues asi ellos atienden mejor a la clientela!
ResponderBorrarEspero que todo lo que digan no sea cierto de los maltratos a los empleados y todo lo demás,porque si no asii como todo el relato y todo lo que ha conseguidoo se le iria al suelo en un ratito y obtendria una mala reputacion de su persona,espero que el "trato" sea el correcto para sus empleaods peruanos.
ResponderBorrarlas tortas y demás son muy ricos, pero el trato es cierto muchas veces deja mucho que desear,,,ahora podría ser porque un empleado malhumorado...por q le descuentan o lo tratan mal....espero eso se mejore!!!!!!!,,porque es una Sra extranjera...tuvo la suerte de hacer patria en un país q no es el de ella,,,por agradecimiento...trate bien a los peruanos..SUERTE!!
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