Un dia en el Real Plaza de Chiclayo

Ahora son las cinco de la tarde y el mall comienza a llenarse de gente. Al centro del patio de comidas, una banda de rock hace pruebas de sonido. Estoy tomando fotos y otra vez un cortés hombre de seguridad se me acerca para confirmar si soy la persona que su jefe le ha dicho que va a estar tomando fotos, sólo que esta vez me pregunta cuánto tiempo me llevará hacer las vistas.

Mientras se comunica con su jefe por radio, pienso que él debe de ser uno de los más de 600 chiclayanos a los que según la nota de prensa que me entregó Jimena, el mall ha dado empleo. De ellos, 230 trabajan en Saga Falabella que es sin duda, el negocio más importante de Real Plaza.

La cadena chilena ha construido una tienda que no tiene nada que envidiarle a sus locales de Lima sobre un área de 4.500 metros cuadrados, el mayor del centro comercial, con la posibilidad de llegar a los 5.500 dependiendo de los resultados que obtenga en su primer año de operación.

“La proyección es muy buena. El negocio comenzó un poco lento, pero ahora la gente ya conoce el centro y viene con su familia”, me cuenta Andrea de la Gala, una gentil arequipeña que es la gerente de tienda.
“Estamos recibiendo unas 3 mil personas diarias y 8 mil los fines de semana (sumando sábado y domingo). La proyección es llegar a las 5 mil personas diarias entre semana”, añade.

El número de clientes de la financiera CMR también se ha incrementado con la apertura del Real Plaza. De las 36 mil cuentas activas que tenía a fines de octubre del año pasado, ha pasado a tener 42 mil. Saga ha invertido un millón y medio de dólares en la construcción de esta tienda y está concentrada en atraer a ella a los consumidores de clase media baja que es el segmento más grande del mercado chiclayano.

“Estamos tratando de demostrarles que tenemos precios al alcance de todos. En temporadas de liquidación, por ejemplo, pueden conseguirse aquí cosas a precios más bajos que en los mercadillos de la ciudad”, asegura la ejecutiva.
Para conseguir su propósito, la cadena, que no es nueva en Chiclayo (entró en el 2000 con una tienda pequeña como la de Trujillo), organizó la semana pasada un desfile de modas y planea ofrecer una demostración de preparación de dulces y tragos para el Día de la Madre.

“La idea es que Saga marque en Chiclayo la tendencia en moda y tecnología”, me precisa la ejecutiva mientras acompaña en un paseo por la tienda.

Con la inclusión la semana pasada de la sección de Perfumería, la tienda ofrece ahora la totalidad de líneas y marcas propias que sus pares de Lima. Lo único que no puede conseguirse son los productos de marcas independientes como Benetton o Tommy Hilfiger porque el local no dispone aún de los espacios que estas empresas piden.

“Quizá el próximo año si se amplía la tienda”, dice la ejecutiva.

Curiosamente, el suntuoso centro comercial está ubicado en un pueblo joven y la ejecutiva de Saga no tiene problemas en decirlo. “Se llama Diego Ferré”, precisa y cuando le pregunto dónde queda me lo señala desde una de las dos puertas de la tienda.

La llegada del mall ha favorecido a este pueblo con la revalorización de los predios, construcción de edificios y aparición de negocios como cabinas de Internet, locutorios, restaurantes y hostales. El poblado que era poco seguro y únicamente un punto en el camino hacia el aeropuerto de la ciudad, es transitado ahora por un mayor número de líneas de combis, buses y taxis.

“En Diego Ferré había pura casucha. Ahora han aparecido hasta edificios”, comenta Humberto Quiroz, un ex trabajador de la cooperativa azucarera Pomalca que ha residido la mitad de sus 80 años de vida en la avenida Bolognesi, muy cerca del pueblo joven y ahora también al frente del centro comercial.

Son cerca de las 6 de la tarde y ya son tres los agentes de seguridad que cuento que se han acercado a preguntarme quién soy. Pero felizmente ya estoy haciendo las últimas fotos en la puerta de entrada del mall. Hubiese querido irme de ahí despidiéndome de una de las patinadoras, pero tengo que conformarme con estrecharle la mano al que se ha tomado el trabajo de seguirme hasta la puerta. Nada es perfecto.

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